viernes, 10 de julio de 2009

Culto


El culturismo no es un deporte divertido. Se practica en una sala normalmente iluminada por luz artificial, ruidosa, de ambiente cargado, quizá excesivamente poblada. No consiste en demostrar la habilidad personal en el manejo de un balón, ni el juego en equipo, ni permite lucimientos ni jugadas espectaculares.
Es un deporte sacrificado, lento, donde el dolor es un objetivo que demuestra la calidad del ejercicio y marca el aprovechamiento que obtendremos de nuestro esfuerzo. Es una lucha constante, de cada día, cada minuto y cada repetición, contra la tendencia natural del cuerpo a detenerse, a no seguir luchando siempre contra pesos cada vez mayores.
La impresión que los profanos tienen de este deporte se limita al aspecto exterior, a esos cuerpos tan llamativos y para la mayor parte de la gente repulsivos. Para el que conoce el culturismo, su práctica es ante todo el entrenamiento de las capacidades mentales, de la capacidad de motivación y de autocontrol. Es una superación de nuestras limitaciones, un ejercitamiento de la voluntad, de la tenacidad.

El culturismo alimenta nuestro ego, pero con una motivación de lucha constante, de llegar siempre al límite que nos permitirá avanzar un poco al entrenamiento siguiente.
Independientemente de las cargas manejadas o del volumen muscular que hayamos logrado, lo que distingue y define al culturismo es la voluntad del deportista de forjar tanto el cuerpo como la mente, y únicamente gracias a su propio y continuado esfuerzo

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